El arte del Renacimiento

REVISTA LIFE

Como puede que sepáis, el pasado 24 de marzo tuve un grave accidente con la bicicleta de carretera. Gracias a Dios ya estamos funcionando, y aunque aún no pueda volver a la ruta, si que he empezado a dar pedales por la ciudad con mi fiel holandesa. Y es que ver la vida con los ojos de un peatón me aburre soberanamente, y eso teniendo la suerte de vivir relativamente cerca del estudio, lo que hace que las distancias sean perfectamente asumibles.

Pero antes de retomar el ciclismo activo, debo confesaros que personas muy próximas y queridas han tratado -en vano, qué se le va a hacer- de hacerme reflexionar sobre el peligro que conlleva la práctica del ciclismo de carretera. Peligro real y evidente.
A mi edad he visto tantos accidentes y he tenido noticia de tal cantidad de percances desgraciados que sería un insensato si cerrara los ojos a la realidad que representan los riesgos inherentes a la práctica del ciclismo. Escrito lo cual, nadie sabe lo mucho que echo de menos hacer Deporte con la bicicleta. Y fijaos que escribo Deporte con la D mayúscula. Y es que el ciclismo representa como ninguna actividad física el esfuerzo. En mi caso, el esfuerzo asumido, domado y asimilado. Metabolizado. Agradablemente rutinario. Sudar. Segregar endorfinas. Enfrentarse a los nuevos y viejos rivales de la carretera, el primero y más viejo, uno mismo. La práctica, en fin, de mi afición preferida.
Y con todo, esto no sería suficiente razón para volver a jugarse el pellejo. Subamos el listón: Sentirse vivo. Oler desde el sillín los cambios de estación sin parabrisas por medio. Notar cada centímetro del asfalto como si fueras a pie. Ser todo un uno con una fina y aparentemente frágil máquina de carbono de apenas 9 kilos. Enfilar un nuevo puerto, calibrarlo, afrontarlo con toda su bravura, sin que picador alguno le haya metido un puyazo en todo el morrillo. Y domarlo como la primera vez, porque por más transitados, son como el río de Heráclito, en los que nunca te bañarás dos veces.

Todos sabemos que lo importante no es caer, sino volverte a levantar. Como me dijo un conocido en una Quebrantahuesos «los árboles mueren de pie»

Así que, como el maestro de periodistas deportivos italianos Gianni Mura nos sugiere divertido, tan solo nos resta encomendarnos al santoral ciclista, por ejemplo a San Matteo delle Chiaviche (de las Alcantarillas) o al beato Aligi del Ghiaietto (de la Grava) y pedirles por una salida sana y salva. Amén.

De Coppi por Bolonia

Fausto Coppi y Fundador Domecq: un insospechado dúo imbatible en la Osteria del Sole

Fausto Coppi y Fundador Domecq: un insospechado dúo en una impagable foto de la Osteria del Sole.

Este invierno fuimos unos amigos de viaje a Bolonia. Una ciudad encantadora, con el tamaño justo para tener una vida intensa y con un extraordinario ambiente universitario. Pero no es este un blog de viajes, así que de lo que quería hablaros es de un pequeño local de bebidas, una Osteria, lo que aquí llamaríamos una bodega. Se trata de la Osteria del Sole. Lleva abierta desde 1465 ¡antes del Descubrimiento de América!. Está enfrente del Mercado, en pleno centro histórico. En ella no solo se beben fantásticos vinos y licores, sino que se come, pero con la peculiaridad de que son los parroquianos quienes han de llevar la comida. Pero lo que me fascinó -aparte del indudable atractivo que le da su genuinidad- fue una historia que nos contaron sobre ella. Se trata de un cambio de titularidad que tuvo lugar debido a una apuesta, en la que un mediocre ciclista apostó su hacienda contra el anterior dueño de la Osteria a que era capaz de ganar una carrera, cosa que consiguió. De ese modo el ciclista pudo hacerse con la posesión de un lugar tan maravilloso que ha sido declarado «Bottega Storica» estando por ello protegida por la ley.

Por más que he buscado la historia en Internet no he hallado nada, así que digamos aquello de que «Se non è vero, è ben trovato». Y es que realmente siempre encontraremos historias merecedoras de ser verdaderas.

 

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